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¡Es la Economía, estúpido!
En la primera parte de nuestra serie en tres episodios sobre David Graeber habíamos desarrollado la premisa básica sobre la cual descansa su opus magnus “En Deuda”. Decíamos que el libro debe ser entendido como continuación de sus trabajos previos, principalmente de su Teoría Antropológica del Valor; donde se propone que la idea de la Economía como ciencia exacta no se justifica ni por su metodología ni por su objeto de estudio. Graeber no afirma que la Economía no existe o que no debería existir, pero que debería ser entendida por lo que es; una Ciencia Social con vínculos y enredos mucho más profundos con todas las demás expresiones de la existencia humana.
“Aunque Graeber no se considera hegeliano, y que rechazaría incluso tal clasificación para sí, encontramos que la estrategia analítica que persigue en En Deuda es similar a aquella aplicada por Hegel.”
Aunque Graeber no se considera hegeliano, y que rechazaría incluso tal clasificación para sí, encontramos que la estrategia analítica que persigue en En Deuda es similar a aquella aplicada por Hegel en la Fenomenología del Espíritu. Éste ultimo parte de la demostración de la insuficiencia de las premisas analíticas del empirismo: que el conocimiento objetivo sería fruto de un contacto inmediato entre un sujeto cognoscente e un objeto. Hegel demuestra que una certeza basada en semejante experiencia sería absolutamente trivial y vacuo, y que no es posible alcanzar conocimiento de la realidad objetiva sin que aquél tendría que pasar por una serie de mediaciones objetivas, como tiempo, espacio, conciencia, lenguaje, etc. Hegel se cuida de manifestar semejante posición en base a declaraciones improbadas, sino, muy por el contrario, realiza un tour de force, empujando la indagación crítica solo en función a la necesidad lógica del argumento inicial, es decir, Hegel hace colapsar al empirismo bajo su propio peso, probando la insuficiencia de sus postulados y demostrando la necesidad por completar el movimiento de la razón.
Graeber opera de forma análoga, enfocando críticamente al punto central de la teoría económica clásica; que una economía de mercado, es decir, el intercambio de mercancías entre miembros relativamente autónomos de un colectivo, sería un fenómeno universal y previo a la formación de los primeros Estados. No le toma mucho tiempo exponer una certeza que la Antropología y la Historia alcanzaron desde mucho tiempo; que la economía de mercado no solo es un modelo de producción y reproducción muy reciente en la historia universal, sino también limitado al espacio cultural que conocemos hoy en día como Occidente. A lo largo de la obra de Graeber queda cada vez más claro que el posicionamiento de Occidente en relación al resto del mundo parece haber sido un requisito indispensable para la formación de una economía de mercado en su interior, es decir, la formación del modelo requiere una serie de mediaciones históricas, políticas y culturales, nombrando aquí solo las más importantes; las guerras de conquista y la colonización del “Nuevo Mundo”, una jerarquía política estricta y un acceso limitado al poder político y posible solamente para una pequeña élite, todo ello sumergido en una moralidad religiosa que atribuye al orden existente un carácter sacral.
“El proyecto de Graeber no es demostrar que el actual sistema de mercado surgió con la ayuda de las ruedas de apoyo de la conquista y explotación arbitraria, que es un hecho plenamente ya sabido. La tarea mucho más ambiciosa es la identificación de la lógica interna del sistema, para poder dar una explicación más coherente acerca del porqué y cómo. ”
Pero no basta con ensillar el caballo por detrás. El proyecto de Graeber no es demostrar que el actual sistema de mercado surgió con la ayuda de las ruedas de apoyo de la conquista y explotación arbitraria, que es un hecho plenamente ya sabido. La tarea mucho más ambiciosa es la identificación de la lógica interna del sistema, para poder dar una explicación más coherente acerca del porqué y cómo. Cómo algo aparentemente tan trivial, como garantizar el aprovisionamiento de todos los miembros de un colectivo con alimentos, vestimenta y bienes básicos, se transformó en esta bola de nieve que llamamos modernidad capitalista y que terminó impactando en todos los pueblos alrededor del globo.
De colectivos e individuos
graeber demuestra que las premisas del argumento inicial de la Economía clásica son lógicamente insuficientes para explicar de forma satisfactoria dicha historia. El homo sapiens es un animal social, es decir, evolutivamente, la sobrevivencia de cada individuo solo era (y es) posible a través de una organización colectiva. Por lo tanto, la carga de la prueba está del lado de los teóricos liberales; no hace falta explicar, como lo hace Hobbes, porqué los seres humanos, supuestamente autónomos e mutuamente hostiles, habrían empezado a organizarse en colectivos. La existencia de colectivos humanos no es misterio alguno. Muy por el contrario. Lo que habría que explicar es cómo los miembros de un mismo colectivo terminaron por constituir entes atomizados e unidos entre sí y con el resto de los integrantes del grupo únicamente por el delgado hilo del intercambio mercantil. El misterio que requiere explicación es el origen de la desintegración social que presupone el sistema económico capitalista. La organización social basada en una economía de mercado no es ni natural, ni puede explicarse en base a sus propias premisas.
Graeber procede luego con la construcción de una trama alternativa, pero aquella debería alcanzar lo que la “oficial” no logró: entretejer de forma sistemática los datos empíricos que arqueólogos, antropólogos e historiadores hayan compilado sobre el tema. He aquí la mayor debilidad de En Deuda. Graeber no construye una historia uniforme, y presenta más bien un potpourri de historietas, pero que carecen de una vinculación lógica consolidada entre sí. Esta omisión parece ser condicionada por el lapso de tiempo que Graeber pretende abarcar: nada menos que 5000 años. Reiteramos por ello nuestra observación al subtítulo que la editora Tecnos eligió para su traducción al castellano: Una historia alternativa. No se trata realmente de una historia, en sentido estricto, sino más bien de un primer acercamiento a una visión distinta sobre el devenir de la organización social de diversas civilizaciones. Graeber centra su atención más bien en algunos momentos o épocas claves, deconstruyendo narrativas ortodoxas, presentando luego una serie de pistas, indicios y revelaciones que, todos juntos, forman una trama opcional, pero aun muy suelta.
El ente articulador de todas las formaciones sociales y económicas presentadas en el libro son, como su título ya deja entrever, las deudas. Y es justamente esta herramienta social y económica, que se nos ha presentado siempre como un fenómeno pospositivo, una especie de derivado de segunda categoría de una economía de mercado, que pareciera haber sido el motor primario, la primera causa de todo el movimiento del universo moderno.
Del dinero y deudas
En la antigua Mesopotamia podemos observar el primer intento por cuantificar de forma exacta la administración y los bienes de una sociedad. Los famosos tableros de arcilla parecen ser los registros más antiguos de escritura de los que tenemos conocimiento, tanto de letras como de números. Que los tableros de arcilla sirvieron no solo para plasmar la Epopeya de Gilgamesh, sino también, y sobre todo, para registrar las cantidades de bienes que entraron y salieron de los grandes templos, no es mera coincidencia. El registro minucioso del caudal era esencial para el buen funcionamiento de esta primera economía del templo. Cada miembro de la sociedad tenía la obligación de pagar un tributo perfectamente fijado. Pero ¿por qué? Los mitos religiosos aclararon a cada uno la aparente razón y racionalidad del orden reinante:
“Los primeros reyes eran soberanos divinos, dioses por derecho propio o interlocutores privilegiados entre los hombres y los seres superiores que gobiernan el cosmos. Eso nos lleva a la conclusión esclarecedora, que nuestras deudas ante los dioses eran siempre deudas ante la sociedad, que había hecho de nosotros lo que somos.” (Graeber, 2014: 76/77)
Sociedad, economía y religión formaron entonces un embrollo inseparable, una totalidad, con los tableros de arcilla como primeros registros administrativos y los templos como centro de control para todas las actividades del colectivo. El sistema es simple: los súbditos pagan tributos en bienes, y éstos serán consumidos por los sacerdotes y el personal del estado. No será hasta la invención de otra herramienta social que la situación empieza a cambiar y que los tributos empiezan a transformarse en algo que conocemos en la actualidad como impuestos; el dinero moneda.
Lo que hoy llamamos dinero parece haberse ensamblado en base a una gran variedad de fenómenos culturales con funciones sociales diversos, y que fueron finalmente fusionados en nuestra moneda moderna. Una de las herramientas sociales pioneras era el pagaré, muchas veces en la forma de un palo, por medio del cual dos partidos fijaban una obligación que una de las partes tendría que realizar, en algún momento del futuro, con la otra. La palabra germana por palo es Stock, y el nombre inglés por el mercado de valores, Stock Market, testifica todavía esta costumbre. Se tallaba un palo de madera de acuerdo a un patrón que simbolizaba perfectamente la cantidad a pagar, por ejemplo, dos ranuras por dos corderos, y el palo fue luego partido en la mitad, produciendo así dos partes perfectamente simétricas. Eso aseguraba que ninguno de los dos podía modificar el monto, sin que se perdiera esta simetría, y el trato cobraba así una estabilidad que se pudo mantener por un tiempo prolongado. Pero con esta estabilidad llega, paradójicamente, una mayor flexibilidad y movilidad de las obligaciones. Así de dialectico es el mundo a veces. Los palos empezaron pronto a circular entre los miembros del grupo. La persona que espera el cumplimiento del pago de los dos corderos podía solicitar un servicio a una tercera persona, entregándole como pago el palo que aseguraba al tercero la entrega de dos corderos por parte del deudor inicial.
¿No nos encontramos aquí en la aldea imaginaria de Adam Smith que tanto criticábamos en la primera parte? Aun faltan una serie de instituciones sociales adicionales y pasarán cientos de años hasta que la práctica empezará a constituir una herramienta económica de relevancia social. Se trata más bien de una práctica auxiliar, lejos de determinar de forma esencial la producción y reproducción de un colectivo. Graeber menciona una serie de ejemplos históricos y antropológicos, desde el Potlatch de los indígenas norteamericanos hasta el dinero de Shell de las islas del Pacífico, que parecen haber sido precursores de practicas monetarias y/o económicas basadas en el intercambio. Hoy en día sabemos que esta similitud es meramente superficial, y que el significado de estas prácticas es sustancialmente distinto a aquellas que encontramos en nuestros mercados. Aunque se trata de algo plenamente sabido por cada estudiante de pregrado de Antropología, en un vistazo al clásico Ensayos sobre el don (1924) de Marcel Mauss nos podría aclarar la diferencia fundamental entre un intercambio de mercancías y el intercambio de regalos, es curioso que estos estudios hayan recibido muy poca atención por parte de los historiadores de la economía. Por más distintas que las diferentes prácticas sean entre sí, podemos encontrar un patrón compartido. Graeber las denomina Monedas Sociales:
“La razón por la que muchos economistas por lo general no tomen nota de esta literatura es simple: ´Monedas Sociales´de este tipo son casi nunca usadas para comprar o vender cosas, e incluso cuando son usadas para la compra y venta, entonces no para cosas cotidianas como pollos, huevos, zapatos o papas. Monedas de este tipo no sirven para adquirir bienes, sino para ordenar relaciones humanas.” (Graeber, 2014: 79)
La Era Axial
Queda claro que el análisis aislado de diferentes prácticas y costumbres no puede llevarnos a conclusiones satisfactorias. Historización y contextualización son indispensables para lograr descifrar el enigma de la economía de mercado. Para lograr aquello, Graeber centra su atención en la Era Axial, un periodo histórico que recibió su nombre del filósofo alemán Karl Jasper, y que se extendió aproximadamente entre 800 a 200 a.C. La época se caracteriza por una conflictividad constante, pero sobre todo por el surgimiento de una serie de fenómenos que son considerados constitutivos de nuestra era moderna. Lo más sorprendente resulta el desarrollo autónomo de estos fenómenos en distintos lugares del continente Eurasia. La Era Axial no solo era la época de Pythagora, Socrates, Platón y Aristóteles, sino también de Zarathustra, Konfuzio, Lao Tse, Buddha, y también la Tora fue canonizado durante esta era, es decir, se generan todas las grandes metafísicas que dominarán los discursos ideológicos hasta nuestros días. Pero lo más sorprendente es el surgimiento de la moneda en por lo menos tres lugares diferentes; el norte de China, el noreste de la India y el Mar Egeo. Una vez más será necesario analizar estos fenómenos en su interdependencia, con la finalidad de captar y comprender las dinámicas sociales en todas sus dimensiones. Guerras, monedas y metafísicas forman una unidad.
Nos vemos confrontados una vez más con una situación histórica que dista sustancialmente de aquella presentada por los liberales; en ninguna de las tres oportunidades en las que distintas civilizaciones inventaron la moneda, se habría tratado de un acto espontáneo con la finalidad de mejorar el intercambio y distribución de bienes entre la población, sino de un hecho deliberado y promovido por las élites de cada cultura con la finalidad de hacer más eficiente la administración del Estado, y con ello, asegurar y fortalecer su dominio. Pero; ¿por qué la invención de la moneda haría más eficiente la administración del Estado?
Muchos historiadores intentaron explicar el valor y la funcionalidad de la moneda por los atributos que le son propios. Desde su brillo, que habría sido asociado con lo sagrado, comprendiendo el valor monetario como una emisión del valor divino hacia su portador material, hasta su durabilidad e inseparabilidad, que habría permitido transmitir y transportar valor a lo largo del tiempo y espacio. Todos estos atributos pueden haber jugado un rol al momento de la selección del material y creación del artefacto mismo, pero no nos dicen nada sobre la racionalidad de la moneda para una administración estatal.
La respuesta parace estar más allá del artefacto mismo y, una vez más, debemos analizar la invención de esta herramienta social en relación al desarrollo de las civilizaciones en su totalidad. Para la implementación de la moneda como nueva herramienta social, parece haber sido especialmente relevante que;
“…también durante la Era Axial – una vez más en China, India y el Mar Egeo – se formó un nuevo tipo de ejército, ya no conformado por guerreros aristocráticos y sus adeptos, sino por soldados profesionales.” (Graeber, 2014: 286)
Ejércitos e impuestos
En pleno siglo XXI, un programa social como Qaliwarma, con el cual el Estado Peruano persigue el objetivo de completar la dieta de los alumnos en situaciones de vulnerabilidad, es una auténtica pesadilla logística
Aunque la relación entre moneda y ejercito profesional no parece ser evidente a primera vista, podemos hacérnoslo claro al reflexionar por un momento sobre las dificultades logísticas y administrativas de semejante proyecto. Y no hay que viajar muy lejos en el tiempo. En pleno siglo XXI, un programa social como Qaliwarma, con el cual el Estado Peruano persigue el objetivo de completar la dieta de los alumnos en situaciones de vulnerabilidad, es una auténtica pesadilla logística. Llevar alimentos hasta el último rincón de nuestro país sería absolutamente inconcebible sin las modernas tecnologías de conservación y empaquetado, carreteras asfaltadas, cientos de camiones, botes y almacenes en todo el territorio, para no hablar de los cientos de funcionarios trabajando en su organización. Ninguna de las antiguas civilizaciones tuvo a disposición semejante arsenal tecnológico y logístico. Cómo organizar entonces un ejército permanente y profesional, conformado por miles de hombres que no participaron en la agricultura, ganadería, pesca u alguna otra actividad productiva, y que no solo necesitaban alimentos, sino también vestimenta y alojamiento. Graeber presenta una solución casi salomónica; los impuestos.
Los súbditos solían pagar sus tributos en bienes, pero recaudar bienes alimenticios y distribuirlos entre los saldados no es una opción. Los alimentos son perecibles, y después de viajar días sobre trochas no pavimentadas, sin refrigeración o protección eficiente contra humedad, ya estarían podridas antes de llegar al cuartel. He aquí la solución. El soberano declara que al culminar el año, cada súbdito tendrá que pagar un tributo de 5 monedas. Simultáneamente, 100 monedas son entregadas a cada soldado como pago para sus servicios. Ahora tenemos un reino con miles de campesinos, ganaderos y artesanos que deben pagar tributo en moneda, pero no saben de donde sacarlas, y al otros lado tenemos miles de soldados con hambre, sed y necesidades, pero que solo tienen estas pequeñas piezas de metal en el bolsillo. Et voilá, el mercado.
Aunque los hechos históricos se habrán desarrollado de forma menos anecdótica, y la formación del ejercito profesional y la invención de moneda no eran un asunto instantáneo, sino una nueva situación política que habrá crecido a lo largo de varias décadas, podemos encontrar ya un patrón que acompañara al mercado a lo largo de su aparición en diferentes situaciones históricas.
En primer momento podemos constatar que la situación descrita arriba representa un fenómeno de relevancia social, no obstante, no constituye ninguna paradoja decir que la organización de la producción y reproducción de los campesinos, ganaderos y artesanos quedaba en su mayoría intacta. El intercambio de servicios y bienes por monedas nunca se transformó en la nueva matriz productiva, sino que seguía siendo un fenómeno periférico. No hace ninguna diferencia si debo guardar 20 Kg de trigo para entregarlos directamente al templo, o si los intercambio primero con un soldado por 5 monedas que debo entregar luego al cobrador de impuestos. Para el campesino, no cambia mucho.
La economía monetaria es, desde el día de su aparición, un asunto de los privilegiados.
Esta certeza coincide también con otras situaciones históricas que Graeber expone en esta larga jornada de los primeros 5000 años de la economía de mercado. Los intercambios monetarios se realizan o en situaciones periféricas, en sentido figurativo, o literalmente en las fronteras de los reinos, donde dos espacios económicos se tocan. Lo que iguala ambas situaciones es que el intercambio monetario es realizado o en beneficio de, o directamente por la élite reinante. Los campesinos no ganan nada con la invención de las monedas para organizar los ejércitos profesionales, ni son tampoco ellos los que realizan intercambios con representantes de otros países. La economía monetaria es, desde el día de su aparición, un asunto de los privilegiados.
Metafísicas monetarias
No obstante, este asunto no debe llamarnos a engaño. Que los intercambios monetarios hayan sido experiencias periféricas para el 99% de la población, no quiere decir que el impacto sobre estas civilizaciones no habría sido de una importancia incalculable. Alfred Soh-Rethel ha sido uno de los primeros filósofos en sugerir que la invención e uso masivo de la moneda en las economías del Mar Egeo elevó el oficio administrativo de estos estados a un nivel de abstracción considerable. Con la moneda, el valor de cambio experimenta su primera materialización, físicamente desprendido del valor de uso de las diferentes mercancías de las cuales ya solo es una representación; una especie de encarnación de la forma de valor, así, en abstracto. Un fenómeno absolutamente desconocido por otras culturas. En el Trabajo Manual y Trabajo Intelectual (1970), Soh-Rethel considera que este novedoso fenómeno económico constituye la condición previa y necesaria para la invención de nada menos que la filosofía. La nueva economía monetaria habría exigido a la mente de los antiguos griegos pensar en términos abstractos, y con ello, habría posibilitado el desarrollo paulatino de nuevas categorías abstractas (no tenemos aquí el espacio para profundizar la diferencia introducida por Sohn-Rethel entre Abstracción de Pensamiento y Abstracción Real). El “Ser” del Parmenides sería una proyección de las figuras cognitivas generadas por la economía monetario hacia la vida misma; mientras que el intercambio económico gira en torno a un “valor” abstracto y no definido, que parece inhabitar a todos las mercancías aunque no sea visible directamente, la vida humana parece girar en torno a un “Ser” abstracto y no definido, inalcanzable por nuestros sentidos pero constitutivo de todo ser humano.
“La Espiritualidad de la Era Axial descansa sobre un fundamento material. Su secreto es, podríamos decir, aquella dimensión que se tornó invisible para nosotros.” (Graeber, 2014: 309)
No hace falta mencionar que esta proyección antropomórfica era absolutamente inconsciente y opaca para aquellos que la realizaron inicialmente. Que nuevas invenciones ponen en acción dinámicas sociales e intelectuales cuyo desencadenamiento es absolutamente imprevisible para sus creadores no vale solo para la invención de la moneda. Recién en retroperspectiva, una cultura o sus herederos puedan realizar una evaluación crítica de decisiones y acciones pasadas, y el juicio se asemeja no pocas veces a aquél del aprendiz de hechizero de Goethe, quién se lamentaba de no poder controlar ya al “genio cruel que una vez llamé en mi ayuda”.
Esta imagen parece ser especialmente precisa para la moneda. No solo facilitaban las monedas la administración estatal, o el intercambio de mercancías exóticas y exclusivas a través de las fronteras de dos reinos. Organizar un buen saqueo se tornó un asunto administrativo extremadamente simple.
Debido a que los nuevos reinos guardaban una parte cada vez mayor de sus riquezas en forma de monedas, los famosos tesoros, los saqueos empezaron a abrir nuevas posibilidades antes desconocidas. Artefactos de oro y plata, pero sobre todo las armas del enemigo, habían sido tradicionalmente el botín más deseado. Se saqueaba también los almacenes de la ciudad, pero más bien con fines alimenticios, y para darle a la tropa el gusto de disfrutar el triunfo con unos días de comida y borrachera desenfrenada. No obstante, ahora era posible extraer al enemigo efectivamente una parte considerada de su riqueza, materializada en los tesoros, y estas riquezas metálicas servían luego para cimentar el propio poder, organizando nuevas guerras y aumentando el comercio con otras países. Se empezó a formar una especie de capital primitivo. Aquellos saqueos facilitaban una vez mas la organización y administración de las tropas, porque en vez de pagar directamente a los soldados
“…la solución más obvia era asegurar a los mercenarios una pequeña parte del botín.“ (Graeber, 2014: 287)
La conflictividad constante que caracterizaba la Era Axial no es condición previa, sino resultado de la incipiente economía de mercado. Y nuevas formas de hacer la guerra y de controlar el poder requerían nuevas narrativas que las justifican, metafísicas generadas con las novedosas armas cognitivas. Lo que resulta más sorprendente de esta nueva arqueología económica es que las deudas, un fenómeno que la economía ortodoxa nos presentó (y sigue presentando) como derivación de segunda categoría de ciclos de intercambio más avanzados, no solo estuvo presente desde un inicio, sino que parecen haber sido al mismo tiempo resorte y lubricante de todo este movimiento que hoy en día llamamos modernidad capitalista.
Conquistar con interés
Con lo expuesto arriba hemos podido raspar apenas la superficie de una de las primeras situaciones históricas tratados por Graeber. El objetivo era revelar como un análisis conciso de los datos arqueológicos e históricos, enfilados en función a lo que manda la necesidad lógica, nos abre un panorama histórico muy diferente del que habíamos aprendido en la escuela o que nos pintan los libros de introducción a la economía. Una vez modificado de forma tan sustancial las condiciones de partida de la cultura occidental, es fácil imaginar, para no decir imposible seguir creyendo, que el resto de la narrativa, pasando por lo romanos, la edad media y llegando finalmente a nuestra era moderna, habría sucedido como los libros de texto sugieren.
El hecho de escribir esta reseña desde América, un continente que, junto con África, experimentó una de las ofensiva saqueadoras más violenta y prolongada de la historia de la humanidad, sería importante exponer brevemente una revisión que Graeber hace de la Conquista, y en la cual queda evidenciada una vez más el potencial destructor del cóctel tóxico de las deudas, las narrativas justificadoras, en este caso, la fe cristiana, y el dinero metálico.
Graeber describe la situación de extrema tensión que se había generado entre Hernán Cortéz y su tropa, una vez derrotados los Aztecas. Las tropas estaba a punto de asesinar a Cortéz, después que aquél les comunicó que no solo no tendrán participación en el botín, sino que tendrían que pagar sus deudas que tenían con él por las armas que se les había entregado y los costos del viaje, y todo ello, con intereses. Cortés pudo evitar que se consumara el motín, y él y su tropa llegaron al siguiente acuerdo: la tropa pagaría la deuda. ¿Pero con qué? Cortés, que era Gobernador General del Virreinato de Nueva España, les cedió el derecho por conquistar todas las zonas no conocidas, tomar posición en nombre de la Corona Española, y quedarse con todas las riquezas que encontraran. Si se mostraran hábiles en esta empresa, podrían recaudar suficiente para pagar sus deudas y quedarse con un buen botín personal. No exactamente un buen trato para la tropa. Uno puede imaginarse fácilmente la ira extrema con la que estos “conquistadores” entraron luego a los nuevos territorios.
Pero la violencia indescriptible con la que la consumió la conquista de Centro América no puede explicarse únicamente en base a este trato. Los conquistadores no se limitaron a entrar al nuevo territorio para saquear el oro y retirarse luego, lo que por sí ya habría sido suficientemente desastroso. Los conquistadores replicaron la lógica de las deudas con intereses en los nuevos territorios, perpetuando así el saqueo hasta un futuro no definido. Graeber señala que la tragedia de la Conquista reside en la transformación de las sociedades de crédito (en eso no se diferenciaron los Aztecas) en sociedades de interés. Para mostrar que todo ello no se haría para enriquecerse de la manera más desvergonzada, sino realmente en beneficio de la población autóctona, la fe cristina y el divino deber por evangelizar las pobres almas perdidas caían como anillo al dedo.
Teleología de las deudas
“…debemos dejar de cargar la cruz de un culto cuyo único dios creador hemos sido nosotros, o en todo caso, nuestros antepasados de la Era Axial.”
El movimiento de la cultura occidental, que empezó a ganar velocidad con los antiguos Griegos, dio inicio a dinámicas, y la “dimensión que se había tornado invisible para nosotros” empezó a dominar el devenir de todo un continente y muy pronto de todo el planeta, porque las fuerzas motrices de todo este ajetreo fueron entonces, y probablemente hasta el día de hoy, desconocidas e indescifrables. Una dialéctica de lo ideal y material, en la cual una idealidad domina los pasos de una humanidad que, sin querer, tambalea de tragedia en tragedia. Pero esta idealidad, el espíritu de las deudas que domina al mundo moderno, no constituye, y aquí reside una de las principales diferencias entre Hegel y la filosofía materialista, una fuerza autónoma a cuya revelación debemos entregarnos con piel y cabello. No solo la espiritualidad de la Era Axial sino también aquella de nuestro mundo moderno tiene una base material, en la cual podemos intervenir de forma decisiva. Para ello será esencial descifrar y resistir al reflejo antropomórfico de nuestra mente, por más intuitivo que nos parezca a primera vista. No solo no existe un destino fatal determinado por “las leyes de hierro” y la Economía, sino tampoco leyes del desarrollo social y político, y advertencias como “la digitalización viene” o “nadie puede parar el desarrollo”, como si de fuerzas sobrenaturales se tratase, no son más que una expresión de una humanidad fatalmente entregada a los caprichos de los genios crueles que una vez llamó en su ayuda. Debemos desenmascarar al desarrollo teleológico como mandato autoimpuesto por nuestras propias invenciones, y debemos dejar de cargar la cruz de un culto cuyo único dios creador hemos sido nosotros, o en todo caso, nuestros antepasados de la Era Axial.
Esta claro que esto no son las palabras de Graeber, pero podemos leerlo entre las líneas. Encontramos en En Deuda una cantidad abrumadora de datos y relatos que nos evidencian la irracionalidad o crueldad de decisiones de tiempos pasados, decisiones que se habían tomado evidentemente para establecer y fortalecer sistemas políticos despóticos o para satisfacer la sed de poder de una élite inescrupulosa. La fatalidad de nuestra sociedad moderna reside en el hecho de que sigamos cargando las consecuencias de estas decisiones pasadas, o podríamos decir que nuestro parentesco sorpresivo y callado con este pasado oscuro nos obliga a repetir, ya más como farsa que tragedia, una y otra vez los mismos errores, y cada paso en dirección correcta parece transformarse inmediatamente en una regresión civilizatoria. Nuestras sociedades caminan sobre el duro concreto de la irracionalidad fosilizada, sinrazón sedimentada durante miles de años.
Aunque decíamos que la ausencia de una narrativa ininterrumpida y el carácter mosaico constituyen una de las principales debilidades de la obra de Graeber, queremos ver en ello también un potencial. Saltar de una época histórica a otra parecía ser necesario. No solo para no inflar el libro con unas 500 páginas adicionales que harían falta para exponer las múltiples transiciones de sistema a sistema, y que lo harían probablemente ilegible, y porque mucho del material necesario para cerrar estos vacíos, los “eslabones perdidos”, queda aun por encontrar.
Se suele decir que las mejores obras son las inconclusas. Graeber se dedica a una gran diversidad de fenómenos históricos, y al saltar de uno al otro, enfoca el vidrio de ustorio cada vez en aspectos diferentes. También en ello parece ser Graeber muy hegeliano; no aplica un sólo método a todo un desarrollo de 5000 años, para terminar luego pintando “gris en gris”, sino que intenta “dejar hablar” al fenómeno, usando siempre aquél método que más parece hacerle justicia, no sin encuadrar todo en un marco lógico compartido. En Deuda se asemeja a una serie de escenas históricas, y cada una pareciera tener el propósito de poner de relieve un aspecto particular del desarrollo histórico, y Graeber nos deja la mesa de operaciones preparada, para seguir diseccionando. Historia de la Economía, Antropología de la Religión, Sociología de las organizaciones, Lingüística o Ciencias Cognitivas y un largo etcétera; todos parecen encontrar un punto de enganche en la obra. Queremos resaltar dos que consideramos aquí los más importantes.
La interacción de los grupos humanos con el entorno natural, pero especialmente con los artefactos tecnológicos, como lo son la moneda, parece provocar la formación de determinadas imágenes y figuras cognitivas; y como aquellas figuras determinan a su vez la acción colectiva parecen ser uno de los asuntos científicos más intrigantes, y filosóficamente más fructíferos. Los científicos cognitivos, y especialmente los representantes de la Embodied Cognition, como George Lakoff y Mark Johnson, harían bien en salir un poco de sus círculos cerrados de neurocientíficos, lingüistas y filósofos analíticos, tornando su atención hacia obras como En Deuda; Graeber muestra que la historia económica de los últimos 5000 años constituye uno de los recursos más sorprendentes y ricos para el estudio de un pensar en acción, y donde la falacia de la dicotomía Mente y Cuerpo se hace tan evidente como en pocos otros campos.
El segundo punto de importancia de En Deuda que queremos resaltar aquí es su relevancia concreta para los debates políticos de nuestra actualidad, lo que es sorprendente para un libro de historia. En tiempos en los cuales el fin de la historia de Fukuyama parece haberse consumado plenamente, y nadie parece poder imaginarse un futuro más allá de la democracia representativa y el capitalismo de bienestar. En tiempos en las que la última sapiencia que pone fin y parece resumir al mismo tiempo todos los debates ideológicos de nuestra actualidad parece ser la expresión: ¡Es la Economía, estúpido!, Graeber nos obliga a repensar desde sus cimientos lo que es eso; la Economía. Y que aquello que hoy llamamos economía de mercado parece ser un producto y no productor de las deudas; una certeza que vale la pena analizar en mayor profundidad en tiempo en las que todos los países alrededor del mundo acaban de endeudarse para las siguientes décadas con el propósito de hacer frente a la peor pandemia de nuestra historia última.
Bibliografía:
- GRAEBER, David, 2014: Schulden: Die ersten 5000 Jahre; Goldmann Verlag, München.
- SOHN-RETHEL, Alfres, 1989 [1970]: Geistige und körperliche Arbeit: VCH-Verlagsgesellschaft, Heidelberg.