«Layqa nativa de la oscuridad» de Karuraqmi Purininay (Huancayo, 1991)
(Texto recuperado de Sawasiray,
con el título «Tres poetas tres»,
donde aparecen
Juliane Angeles de Lima,
Maggie Velarde de Cusco y
Karuraqmi Purininay de Huancayo)
Escribe cuando existe, dicen sus versos:
Entonces es cuando existo,
escribo y existo
me sucedo amparada por la piel de la palabra.
¿De qué escribe Karuraqmi Puririnay?
De la mujer con alma cariada, de lo que era, es y será. En el poema que se anota a continuación observamos sus mejores atributos poéticos. En seis estrofas que abarca el pasado y presente nos muestra los perfiles de una voz integrada en su soledad, quebrada en su vínculo con el entorno y que se ha construido un espacio propio en el que su vida transcurre palpando las heridas que ha recogido a su paso por el tiempo. Puede distinguirse, con error, que se trata de una voz solitaria, individual, que parece expresar un mensaje personal; una observación más atenta nos conduce a reconocer en sus palabras la doliente humanidad de multitud de mujeres que nunca fueron ni serán.

Era, soy y seré
Yo era una mujer sensata.
Ahora soy melancolía y nostalgia,
como una casa en el campo de un antiguo pueblo:
solitaria y abandonada.
Silenciosa, como el esperma de las velas.
Dispersa, como el humo de la leña.
Recuerdo haber nacido en un lugar aislado,
en una mesa,
sobre las hojas de un libro de Sábato
agujereado por sabios gusanos,
entre candelabros y humo de cigarro.
No tuve alegre infancia,
tampoco distingo si hoy tengo
once
veinte
o cuarenta años,
ochenta quizás.
Crecí entre la viruta,
jugando a tallar rostros que nunca vi,
entre ellos, el rostro de mi padre.
Crecí a la orilla de un río,
intentando comprender por qué nunca regresa.
Yo era una mujer sensata,
ahora soy todo lo contrario,
me quedo mirando un reloj que marca las horas al revés
me quedo de rodillas,
mirando el cielo y la tierra;
celeste húmeda.
Percibo el olor mojado de la hierba,
el ruido que hacen las hojas con el viento;
y cuando la noche cae en los ojos,
de vez en cuando,
con un viejo violín
me toco estériles serenatas.
Yo era,
ya no soy,
yo seré.
Un lugar personal de enunciación con sólidos tensores sociales es la característica principal en la poesía de Karuraqmi Puririnay. Su espacio de enunciación es su lugar, sus árboles y riachuelos, andes de hielo y asperezas; desde ese espacio se integra a un torrente colectivo que seguramente aguzara en sus próximas publicaciones. Hay aquí ya un atisbo de esa futura producción.

Exilio
Nosotros
que no tenemos nada que comer
ni donde dormir
ni a quien amar,
en silencio
nos quebramos.
Los otros
que son como bestias sombrías
nos desfloran las palabras,
hacen flotar nuestros cuerpos
tan insignificante,
nos embarran las vísceras del miedo,
y de tanto espanto que no mata
hacen golpear el corazón,
como si quisieran abandonar el cuerpo
de quienes no tenemos nada qué comer
ni donde dormir
ni a quien amar.
Potente voz la de Karuraqmi Puririnay. Desde las entrañas de la tierra, de los desfiladeros y riachuelos altoandinos se yergue una voz que, sin duda, será imprescindible cuando se haga en el futuro la historia de la poesía nacional.