«Agoniza aquel que vive luchando; luchando contra la vida misma. Y contra la muerte» Mariategui
“…quien se mete en política, es decir, quien se mete con el poder y la violencia como medios, firma un pacto con los poderes diabólicos y para sus acciones no es verdad que del bien sólo salga el bien y del mal sólo el mal” Weber
I
Hay un dilema mortuorio que se impone al momento de rememorar el pensamiento de estos dos grandes teóricos políticos. A los 100 años de la muerte de Max Weber (a causa de otra pandemia: la “gripe española”) hay un sincero re-nacimiento de sus ideas y conceptos, incluso en la contingencia y la arbitrariedad teórica que, también, emanan de esta pandemia. De otro lado, a pesar de cumplirse un año más del nacimiento de José C. Mariátegui hay una especie de funeral “festivo” de lo que lo hacia auténtico: su forma de pensar.
Lo que hace particular el acto de “celebrar” la muerte o el nacimiento de una persona es, en cierto modo, su trascendencia en la historia. ¿Cómo se trasciende? no lo sé. Lo que sí sé es que la presencia-ausencia de sus ideas tienden a incomodar, incluso en los tiempos que al parecer ya nada incomoda. En miles de conversatorios, tertulias y conferencias, seguramente, hablaran de esa transcendencia como el “legado” de Max Weber en la sociología o el “legado” de Mariátegui en la izquierda latinoamericana, omitiendo -sin embargo- el sentido de la trascendencia, es decir que no hay legado alguno. No se legan las ideas porque sí, hay un sentido de apropiación que es lo contrario.
Nos apropiamos de conceptos, los pensamos, los intentamos comprender o fracasamos en el intento; esto es mas que una simple inflexión onomástica y en esto Weber es fundamental: los conceptos se forjan ya sea en forma de artificios del pensamiento como los tipos ideales o en manifiestos políticos honestos como el reclamo de la peruanidad en Mariátegui. Apropiación y no legado, comprensión y no creencia ciega es lo que marca la trascendencia ¿Qué hay en Arendt sin el zôion lógon échon (animal dotado de lenguaje) de Aristóteles? ¿qué de Lacan sin la noción de inconsciente de Sigmund Freud? ¿qué de Borges sin la naturalidad de Walt Whitman? ¿qué de Simone Weil sin la noción de soberanía individual de Alain? ¿qué de Manuel Gozález Prada sin el anarquismo de Bakunin? ¡Qué de Karl Marx sin la dialéctica de Hegel!
Pero qué hay de común -entonces- entre estos pensadores a parte del magnífico sombrero que los inmortaliza, pues aparentemente hay mayor distancia y duelo conceptual entre la sistematicidad de uno y la analogía del otro. Común es una palabra increíble porque no hegemoniza pero sí intersecta. Precisamente y, apropósito de Marx, hay una ambigüedad propedéutica que nos acerca a un sentido común ¿se trata de interpretar o transformar el mundo? creo que el sentido perturbador de la famosa tesis de Marx tenía más de ironía que de realismo ¿acaso no fue Jorge Basadre Ministro de Educación, no fue Maquiavelo quien salvó a Florencia de una posible invasión alemana, no hubo un Siracusa para el más grande de los idealistas: Platón? No compete aquí discutir si los filósofos deban gobernar o no[1] pero si aclarar que no sólo se dedicaron a la “interpretación”. Hay en Mariátegui y Weber ese territorio común, la necesidad de intersectar interpretación y transformación, en el primer caso será la praxis, en el segundo la acción social. Se transforma el mundo también pensándolo. Isaiah Berlin, incluso, decía que pensar era un peligro social: “quienes subestiman a los filósofos que leen, escriben y callan en su escritorio obvian que Kant estudió y transformó la teología que luego inspiró la revolución francesa”. El pensamiento es otro fuero común, los pensadores que analizamos aquí incomodan porque piensan el mundo y lo cuestionan; en homenaje a ello y sin ánimos de incomodar agregaré: no hay defensa del marxismo en Mariátegui como no hay defensa del capitalismo en Weber.
II
El asesinato de dios es un lugar común en las reflexiones de la filosofía, Nietzsche le habría atribuido al hombre tal crimen al ya no ser codificado más por los valores absolutos. En un símil muy arriesgado, por cierto, me atrevería a decir que Mariátegui ha muerto también, la izquierda lo ha asesinado. También es cierto que no he sido muy justo con esta denuncia, pero, como es sabido, el silencio es un delito. No he sido muy justo por atomizar el crimen, absolutizarlo. Diré entonces que no fue la izquierda, fueron las izquierdas las que lo mataron. Y no fue el olvido legatario, sino el más importante: el olvido teórico[2].
El problema no es que Mariátegui no sea actual, el problema es que su pertinencia en la teoría política no se ha consumado. No es su vigencia lo que preocupa sino su latencia conceptual. Lo justo para un análisis de Mariátegui es sacarlo de ese fuero estalinista, del fervor del anda en el que lo colocan los partidos comunistas, las izquierdas. La agonía de Mariátegui reclama un diálogo político no uno de fe, no una procesión de su imagen sino la fuerza del mito que representan sus ideas. Mariátegui fue humillado en lo que lo hacía auténtico: la capacidad de pensar.
Los que se dicen progresistas y dicen que Mariátegui lo era, no hallarán en él una dictadura de la ciencia como desarrollo único para la sociedad, ni el derroche de racionalidad que exigen los “komintern” de ayer y de hoy. La falta de imaginación que reclamaba Alberto Flores Galino a los partidos comunistas es aún una deuda con él, una deuda que ha intentado saldar Anibal Quijano con el reclamo a la especificidad de las experiencias históricas. Hay una ética heterodoxa y pluralista en Mariátegui que no es, adrede, explorada por los que lo reclaman como Amauta y lo dejan ahí. En algún momento fue el quien personificó al “político profesional” weberiano, el comunismo soviético no le habría convencido y, sindicado “populista” relegado a la disciplina de partido que, en mi opinión, es la muerte. Un político profesional –dice Weber[3]– debe anteponer (si es preciso) la ética de la convicción a la ética de la responsabilidad, es decir que nos importen los fines, las consecuencias de nuestras decisiones más allá de nuestros valores personales. Esto no tiene nada que ver con la falsa atribución “el fin justifica los medios” de Maquiavelo, esto encierra y ahí el valor de la teoría política de Mariátegui una herejía contra la teología marxista, es decir no es que el fin sea “bueno” solamente sino bueno para el mundo.
III
De Max Weber se pueden decir muchas cosas, ningún estudiante de sociología -por ejemplo- podría obviar palabras como racionalidad, racionalización, acción social y sobre todo su presencia ineludible en lo que se ha llamado “pensamiento clásico»; con él aprendimos que motivos “no racionales» (el protestantismo) producen lógicas racionalizantes (el capitalismo), quién escapa hoy de ese espíritu, quién no siente el neoliberalismo en su sangre. A Weber no le asombraría que hoy en día el trabajo sea no solo una forma de esclavitud sino algo peor auto-exclavitud. Él temía por el rol de la burocracia, de la técnica que desaloja la capacidad de discutir la esfera público-política, nos diría que la ciencia no puede dar respuestas a “la única pregunta importante para nosotros, qué debemos hacer y cómo debemos vivir”. Es decir, sólo el quehacer político puede orientar la forma en la que determinada sociedad quiere vivir.
Dicen que es un clásico, porque no pasa de moda, pero más que eso, lo es porque no hay teorías actualmente que hayan conseguido interpretaciones totales de la sociedad, lo es porque en cualquier referencia al Poder o al Estado está casi omnipresente: el Estado Moderno “aquél que tiene el monopolio legítimo de la fuerza” no debe reducirse, sin embargo, a una frase mecánica sino interpretarla desde el contexto “caótico” que le tocó vivir: el período anterior a la República de Weimar. Es cierto que Weber no era un partidario del comunismo, pero tampoco lo era del capitalismo, es decir estos enfoques resultaban ser sintetizadores de la realidad, lo que a él le interesaba era el problema del politeísmo de valores ¿cómo convivir con muchas formas de creencias o ideas? y cómo la política debería articular lo que era imposible para los totalitarismos: reducir a la población en una masa uniforme impensante.
“El valor de una idea está casi íntegramente en el debate que suscita«, esto es lo que pensaba Mariátegui, ambos habrían coincidido en la caracterización de los pueblos asiáticos respecto a el peso de la tradición, pero habrían diferido en el peso de ese conservadurismo sobre la conformación del espíritu capitalista. Habrían asimilado -con profunda convicción- que la política es el lenguaje del poder y que el desafío de postular una alternativa democrática (para Mariátegui el socialismo latinoamericano, para Weber la democracia plebiscitaria) conllevaría a un acto que a todas luces conecta la virtud del político con la amoralidad del estado, pero que no se agota en ello, porque la política jamás será unánime (“La unanimidad es siempre infecunda” diría Mariátegui), sin embargo la búsqueda por el “tipo especial de ser humano” al que le encomendamos el ejercicio de poder no debe reducirse a la embriaguez representativa sino al coraje cívico de defender el bien público.
IV
Max Weber murió un 14 de junio de 1920, cuando José C. Mariátegui tenía 26 años. Ambos han impactado en nuestras vidas, quieran aceptarlo o no.
[1] Esto puede discutirse con el artículo del Prof. Joaquín Abellan «¿Deben gobernar los filósofos? Cuatro respuestas: Platón, Kant, Max Weber, Hannah Arendt». En: FRANZÉ, Javier y ABELLÁN, Joaquín (eds.) Política y Verdad. Madrid, Plaza y Valdés Editores, 2011, pp. 17-56
[2] Con esto no quiero decir que no se escriba sobre él, pero son pocos los intentos teóricos, quizá el mas memorable sea el que hace Michäel Löwy.
[3] “Sólo quien esté seguro de no derrumbarse si el mundo es, desde su punto de vista, demasiado estúpido o bruto, para lo que él quiere ofrecerle; sólo quien esté seguro de poder decir ante todo esto “dennoch” (no obstante, a pesar de todo), sólo ése tiene Beruf para la política.” (en “La Política como Profesión” – Max Weber)
Ya, Marko, hiciste el lamento, ahora esperamos un texto analizando alguna idea de Mariategui y su relación con estos tiempos, sino el libro de López Soria, Adiós a Mariategui, seguirá siendo aportes nuevos a un debate en las izquierdas, algo que por no estar visibilizado confundes. Saludos ✌
Prof. Alberto que gusto saber de Ud. no esperaba menos. Es un lamento, sí. Pero un onomástico sin vicisitudes, sin acontecimientos (en clave posmoderna si quiere) no estaría bien tratándose de Mariátegui. No podría no coincidir la falta de un aporte sincero a su pensamiento, me lo tomo en serio. Que mi lamento, que es el de muchos también, hay servido al menos para evocarlo entonces. Un gran abrazo, con gran admiración y estima. Salud.
Pd. Nos aguarda siempre el sentimiento.
«Siempre he tenido el concepto de que soy antes que nada un escritor sentimental. Y a pesar de mi convicción de que en este siglo es imperioso gobernarnos con el cerebro, yo tengo todavía el romanticismo de gobernarme con el corazón.» (José C. Mariátegui)